miércoles, 28 de junio de 2006

Picasso vuelve a España
Picasso y el Museo del Prado
por María Dolores Jiménez-Blanco

<<> Picasso<>>
Picasso vuelve a Madrid con todos los honores. El Museo del Prado y el Reina Sofía han aunado esfuerzos para llevar a cabo una de las exposiciones del año: Picasso. Tradición y vanguardia. Y si el MNCARS se encarga de la vanguardia a través principalmente del Guernica (25 años después de su llegada a España), el Museo del Prado confronta a Picasso con la tradición y reúne el conjunto más importante de obras maestras del genio vistas en España desde 1981, ya que treinta óleos vienen de museos y colecciones extranjeras. La próxima semana nuestros críticos desmenuzarán la muestra, pero en vísperas de su inauguración, Mª Dolores Jiménez-Blanco, buena conocedora del artista, nos sitúa ante la exposición y relata la intensa relación de Picasso con el Prado, adonde, el 6 de junio, regresa el maestro.

No sería exagerado decir que toda la trayectoria de Pablo Picasso (1881-1973) está de una manera u otra relacionada con el Museo del Prado. Picasso, al que el público general suele considerar como el gran revolucionario del siglo XX, nunca dejó de mirar al arte del pasado, con el que establece un continuo y fructífero diálogo. Un diálogo lleno tanto de asentimientos como de desacuerdos, tanto de fascinación como de irreverencia, según las variaciones de su propia mirada. Y en ese diálogo, el Museo del Prado ocupa un lugar central. No se trata sólo del museo identificado con la excelencia artística en general. Para Picasso es sobre todo el lugar de la tradición que le es propia. Es evidente que la relación de Picasso con el Prado tiene mucho de emocional, y por lo tanto de inestable y cambiante. Su primer contacto con la pinacoteca, acompañado de su padre, D. José Ruiz Blasco, se produce en plena adolescencia. Era 1895, un año duro para la familia Picasso por la muerte de la pequeña Conchita, una niña rubia de siete años a la que sin duda debió recordar frente la infanta Margarita en aquella primera ocasión de contemplar Las Meninas. Poco después, Picasso pasa el curso académico 1897-1898 en Madrid, inscrito en la Academia de San Fernando. Las clases le aburren, pero el Prado le seduce. Así lo demuestran sus registros en el libro de copistas del Museo del Prado: en las piezas realizadas por el joven estudiante delante de las obras maestras del museo Picasso deja ver ya tanto su habilidad técnica y su facilidad para asumir modelos del pasado, como su capacidad de disidencia, introduciendo pequeñas pero significativas modificaciones. Esta libertad, junto con el hecho de que se interesase “demasiado” por el Greco, realizando incluso excursiones a Toledo, hacían temer a Don José Ruiz Blasco que el joven Picasso se desviaba ya del buen camino, de aquel que él le había enseñado. La admiración de Picasso por el Greco, como se sabe, no haría sino aumentar con el tiempo, inicialmente bajo los auspicios del grupo modernista de Barcelona, y después por convicción propia: se ha señalado a menudo el peso de la obra del cretense, por ejemplo, en una de las piezas angulares de la obra picassiana y de todo el arte del siglo XX: Les Demoiselles d’Avignon (1907), antesala del cubismo. Pero si el Greco era sospechosamente heterodoxo, Velázquez y Goya, por el contrario parecían gozar del gusto convencional. Después de haberse celebrado en 1899 y con todos los honores el tercer centenario de Velázquez, cuando Picasso regresó a Madrid en enero de 1901 para trabajar en la revista Arte Joven, pudo reencontrarse con la obra del artista sevillano en toda su majestad. No en vano, junto a Las Meninas se había colocado una placa con la siguiente leyenda: “Obra Cumbre de la Pintura Universal”. No parece que entonces dedicara gran atención a Velázquez, ocupado como estaba en quehaceres bohemios. Sigue>> Vía Link

1 comentario:

Anónimo dijo...

El Guernica debe ir al Guggenheim de Bilbao