viernes, 16 de junio de 2006

El Mundial.. nosotros y otros

<<->>Hinchas de distintas nacionalidades. (Foto: EFE)
Los equipos nacionales juegan al fútbol como las naciones a las que representan se ven en el espejo. De ahí esa conexión íntima y furiosa entre el comportamiento de los jugadores en el campo y la emocionalidad de los seguidores. La máquina alemana, el pragmatismo inglés, la calculadora italiana, la grandeur francesa, el carnaval brasileño, la altivez intelectual argentina y, por supuesto, la furia española –esa falta de guión, libreto y bibliografía básica- son representaciones colectivas con contenidos específicos y poco sujetos a modificación.
En esto se diferencia un campeonato de selecciones de cualquier campeonato de clubes. Los combinados locales y particulares aman los resultados por encima de todo, y no hay grandes problemas en cambiar de cultura, de estilo y de conducta cuando las circunstancias lo exigen (como el que supuso la práctica desaparición de jugadores indígenas de equipos que llevan el nombre de una ciudad).

La emocionalidad disparatada, pero acérrima, del fútbol no se da en otros deportes, y no es producto tan sólo de la masificación, más bien cabría pensar que su difusión por capas y países es su consecuencia. El numeroso contigente que lidia en el terreno de juego, las grandes dimensiones de la cancha, que abre márgenes y espacios en blanco a la sorpresa y a la impredecibilidad, la arbitrariedad institucional del árbitro (rehuyendo el soporte objetivo de tecnologías), las reglas de difícil aplicación (véase el fuera de juego), el ambiguo uso de la violencia y de sus conceptos (faltas tácticas, voluntariedad, deporte de contacto) funcionan eficazmente como espejo de los sentimientos hacia la propia vida y, a la postre, como lugar idóneo en el que poner a prueba la propia identidad, el quién somos.

Como es lógico, y como en todo juego de identidad, el hecho de que te estén mirando no es lo de menor trascendencia. La propia imagen amplificada, su cobertura universal, es un arma de doble filo: gloria o resentimiento. Y también, a menudo, ambas a la vez. Al fin y al cabo, se trata de la misma espada. El sufrimiento y la incertidumbre de la identidad puesta a prueba crea individuos y grupos hipersensibles y necesitados de acción extrema para expulsar y desahogar la energía reconcentrada del debate íntimo.

Lo que uno ve en el campo o por el televisor en un campeonato mundial de fútbol es mucho más que un grupo de gente dando patadas a la pelota y, ya puestos, hay que decir que esto es lo de menos. Lo que uno ve es cómo es uno o esa parte de uno que es inevitablemente como la de los que vienen de donde uno, esa imagen o representación colectiva que no te puedes quitar de la cabeza y de la que quieres conocer su verdadera importancia y valor. Y eso es lo de más.
Vía Link
+ Mundial deAlemania2006

1 comentario:

Anónimo dijo...

No creyo que al dia de hoy los equipos nacionales ya no tienen la misma imagen que tenian hace unos anos.

Ahora, un equipo nacioanal, no importa que seya africano o europeo o arabe o latino-americano, no tiene ese caracter especifico del pais que reprensenta.

Les jugadores internationles son en el dia de hoy como mercenarios pagados, muy bien sin ninguna duda, por parte de esponsores multinationles....

El senior Blatter ha emitido el deseo de ver los hymnas nationales desaparcer.....Seguro que las cosas serian mas claras si en vez de escuchar el himno national de un pais se escucharia el himno del esponsor de este equipo.

Estoy seguro que dentro de unos anos ya llegaremos a esta situacion!