Selección especial de (Actual digital)
La espalda más herosa del mundo
Todos los objetos, hasta los más insignificantes, despiertan cierta resonancia en la memoria de los hombres, tal como lo advirtió Proust en las primeras páginas de “En busca del tiempo perdido”. Esa resonancia se apaga a veces para siempre. Otras veces, de pronto, sale de su letargo y reaparece en el presente con la misma fuerza que tenía en el pasado. Sucedió a fines de marzo, cuando caminábamos con el novelista mexicano Carlos Fuentes por la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, junto al mar Caribe de Colombia. Ambos descubrimos al mismo tiempo un balcón abombado de madera y mampostería que parecía colgar peligrosamente sobre la calle.
“Ese balcón”, dijo Fuentes, “¿no es exactamente igual al balcón de Buenos Aires donde toda la literatura latinoamericana se enamoró al mismo tiempo de las espaldas de mujer más hermosas del mundo?” La escena de la que hablaba Fuentes volvió entonces intacta a mi memoria. Recordé el lugar, recordé la luz dorada del atardecer, la tierna brisa de noviembre que acariciaba la ciudad.
“Ese balcón”, dijo Fuentes, “¿no es exactamente igual al balcón de Buenos Aires donde toda la literatura latinoamericana se enamoró al mismo tiempo de las espaldas de mujer más hermosas del mundo?” La escena de la que hablaba Fuentes volvió entonces intacta a mi memoria. Recordé el lugar, recordé la luz dorada del atardecer, la tierna brisa de noviembre que acariciaba la ciudad.
Era la primavera de 1962. Yo era un joven provinciano en estado de estupor perpetuo, que se ganaba la vida enseñando a ratos perdidos en la Universidad de La Plata y escribiendo sobre cine en una revista semanal que acababa de aparecer y que en poco tiempo se volvería célebre: Primera Plana. Fuentes acababa de llegar de un Congreso de Intelectuales organizado por la Universidad de Concepción, en Chile. Era ya el autor de tres novelas que los jóvenes leíamos con avidez, “La región más transparente”, “Las buenas conciencias” y “La muerte de Artemio Cruz”.
No recuerdo quién nos había reunido en aquel frágil balcón. Fuentes supone que era la pintora Lea Lublin, una argentina que vivía en París y era amiga cercana de Julio Cortázar. Yo, en cambio, creo que fue José Bianco, el ex jefe de redacción de Sur, que se había desvinculado de la mítica revista después de un desaire que le hicieron por viajar a La Habana, en marzo de 1961. Sea como fuere, Bianco y Lea Lublin estaban en el balcón aquella tarde, junto a Augusto Roa Bastos y a Ernesto Sábato, que el año anterior había publicado “Sobre héroes y tumbas”.
Serían las siete, tal vez las ocho de la tarde. El crepúsculo tardaba en volverse noche. Fue entonces cuando vimos pasar, bajo esa luz imprecisa, a la mujer con las espaldas más hermosas del ... Sigue leyendo... Vía Link
No recuerdo quién nos había reunido en aquel frágil balcón. Fuentes supone que era la pintora Lea Lublin, una argentina que vivía en París y era amiga cercana de Julio Cortázar. Yo, en cambio, creo que fue José Bianco, el ex jefe de redacción de Sur, que se había desvinculado de la mítica revista después de un desaire que le hicieron por viajar a La Habana, en marzo de 1961. Sea como fuere, Bianco y Lea Lublin estaban en el balcón aquella tarde, junto a Augusto Roa Bastos y a Ernesto Sábato, que el año anterior había publicado “Sobre héroes y tumbas”.
Serían las siete, tal vez las ocho de la tarde. El crepúsculo tardaba en volverse noche. Fue entonces cuando vimos pasar, bajo esa luz imprecisa, a la mujer con las espaldas más hermosas del ... Sigue leyendo... Vía Link
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