viernes, 9 de diciembre de 2005

EL HOMBRE QUE TENÍA DOS SOMBRAS.

Óscar Barrientos Bradasic
A Oscar Galindo.

“Alguien me punza con su luz
Así, durante una noche de invierno
Aparece la silueta de una sombra
En la gradería y pronto desaparece”
ALEKSANDRO BLOK.


Luego de una prolongada travesía por los temperamentos de la noche, me topé en un viejo bar con el poeta Aníbal Saratoga.

Era uno de esos bares con mesas de madera, donde los bebedores se encuentran apelando a un secular rito de complicidad, en medio de aquella atmósfera que impregna a tabaco y alcohol los abrigos.

Saratoga estaba con ese aire de liviana tristeza, cierto rostro inexpresivo y una frente castigada por el tiempo, donde caían mechones entrecanos y por cierto, indómitos. Entre copa y copa me hablaba de un amor perdido, una muchacha pelirroja de carnes firmes que lo había abandonado hace poco, llevándose –junto con su corazón- las escasas pertenencias de su departamento. Dos semanas llevaba llorando su ausencia, desvalijado y roto como un viejo pincel.

-Pero no te inquietes – agregó a su relato con énfasis- la convertiré en poesía. Voy a escribir un poema donde será una náyade que deshoja alguna flor de bronce templada en una forja infinita y cuando pueda bosquejar su imagen, la volveré ceniza, haré de sus cabellos finas culebras rojas y de su mirada, una costanera larga sometida a un invierno perpetuo.

Su idea algo narrativa de la construcción de un poema me sugirió una conversación. Le dije que siempre me he sentido un poeta frustrado, que mis cuentos eran meros bosquejos de una dudosa plenitud, un resuello insípido, una campana vaga y ausente que latía con un badajo afónico. En cambio, cuando escribía poemas, estos aparecían taciturnos pero tatuados de la poca lucidez que emana de mí, como una escritura de zonas interiores, eriazas y floridas a la vez.

-A mí me pasa algo similar, pero de manera inversa- señaló de inmediato- Mis escasos cuentos son rebeliones racionales contra la poesía. Debes tener mi problema, seguramente también tienes dos sombras.

Al plantear esta idea supe que Saratoga había caído en uno de esos trances donde se evocaba con insistencia una revelación que se avecina como una ola, una profusión que contribuía a la ligereza de su alma.

Invité la siguiente ronda. Cuando Aníbal saboreó el licor con una leve sonrisa de aprobación, me dijo:

-Las sombras son extractos vivos de la oscuridad, no existen gracias a la luz, son más bien representaciones humanas del vacío. Poco o nada se ha dicho con respecto a la naturaleza de aquella paradoja y tú ya sabes que la gente suele ser tan boba y necia cuando uno habla de estas cosas que resulta infructuoso plantear el tema a cualquiera.

Las sombras provienen de un lejano país sin nombre, enclavado en un atolón profundo, donde la tiniebla aún resuena como una flauta negra. Se trata de una ciudadela oscura, iluminada por incendios.

Salen de ese lugar, constituyéndose en una bandada impura que buscan a su ser por todos los caminos transitables del globo. Las sombras son autónomas, no dependen del ente que escogen, sólo fingen hacerlo para halagarnos.

Yo he visto sombras extasiadas ante el tañir de campanas de una catedral y divisado a algunas deshojando margaritas en un parque, con infinita tristeza. Cierta vez descubrí que tengo dos sombras. Ambas son caretas del abismo y el itinerario que realizan, cuando me acompañan por los bares de Puerto Peregrino, está ligado al viejo ritual de la boca oscura que las originó, en esa lejana comarca jamás fundada. Así vagan junto a mí, por las noches azules, estrelladas, salpicadas de luz.
Mis sombras se llaman Totanlus y Chevi.

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