miércoles, 7 de septiembre de 2005

El bien más precioso
JUAN GOYTISOLO

Quisiera exponer unas breves reflexiones acerca de los premios y de su incidencia en la vida literaria o artística del creador. Parto del principio de que una obra no será mejor ni peor por el hecho de obtenerlos. Autores hay que no cosecharon en vida laurel alguno y nos legaron una obra indemne por el paso del tiempo. Otros hay que acumularon medallas y recompensas a lo largo de su existencia y hoy apenas sabemos quiénes fueron ni qué escribieron, pues su obra no alcanzó a trascender la actualidad y desapareció con ella. Los primeros trabajaron en una soledad fecunda, sin preocuparse por el éxito y el reconocimiento. Evitaron la notoriedad fácil y el propósito de hacer carrera que identifican de inmediato a quienes por vanidad o afán de lucro se transforman en el pelota o trepa orgánicos al servicio del poder, del partido o la empresa. Los segundos, todos los conocemos, corren tras la celebridad, el poder, los fuegos de artificio de la gloria mediática. Son personajes, no personas. Quieren ser famosos, y con arte y paciencia en el manejo de las relaciones públicas, llegan a serlo. Tienen muchas tablas en eso de ganar palmas y de ascender en el escalafón. Si no logran el prestigio nacional, se aferran a la consecución del local. Aspiran a que, al fallecer, su nombre, y tal vez su estatua, figuren en las calles de su patria chica, conforme a un programado y patético anhelo de inmortalidad. Tal es su irrisorio destino.
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