Ridley Scott
Fuente.- ( El mundo)
“Siempre he buscado la épica en mis películas”
El director de títulos imprescindibles como Alien o Blade Runner se ha afianzado como el indiscutible maestro de las epopeyas modernas. Tras revitalizar el género con Gladiator hace cinco años, Ridley Scott vuelve con El reino de los cielos a orquestar una superproducción histórica, esta vez situada en la época de las Cruzadas. Espectáculo y emoción están servidos en esta última interpretación del mundo moderno mediante los conflictos históricos del pasado, que el veterano director británico desentraña en esta entrevista.
Mediados casi mil años desde la reconquista de Tierra Santa por los musulmanes y la reciente publicación de las reflexiones de Joseph Ratzinger en el ensayo Fe, verdad y tolerancia, advertimos que el imposible debate sobre cuál es el camino más corto al “reino de los cielos” –sean musulmanes, budistas o católicos– todavía mueve el mundo, y que los tiempos han podido cambiar, pero no tanto las ideas. Como el enfrentamiento entre los ejércitos sarraceno y cristiano que pone en escena con espectacular verismo Ridley Scott (South Shields, Inglaterra, 1937) en la epopeya El reino de los cielos –que asaltará las pantallas mundiales el próximo 6 de mayo–, cada bando está convencido de que su camino es el mejor, si no el exclusivo, para tocar la gloria divina. Según el autor de Blade Runner, agnóstico declarado –“Nunca he escuchado la voz de Dios”, asegura–, la clave para moderar el debate que ha provocado tantos ríos de sangre a lo largo de la historia hay que buscarla en el aspecto puramente humanista del entramado, que como no podía ser de otro modo ocupa el primer plano de la película. “No defendemos piedras, sino gentes. Luchamos por la seguridad y la libertad de las personas”, grita el caballero Balian (Orlando Bloom) cuando lidera la defensa de la ciudad santa del arrollador ejército de Saladino. Como su protagonista, que conduce todo el relato con irregular fuerza y menos presencia que varios de los secundarios (especialmente memorable es la caracterización, con la sola ayuda de su voz, de Edward Norton en la piel del rey leproso Balduino IV), el filme defiende el ideal del hombre frente al ideal de Dios, y sitúa ese reino de los cielos que da título a la película en el maltratado reino de los hombres, en un hipotético mundo donde las personas ya no se maten entre ellas en defensa de sus creencias religiosas.
–Se trata de comprender que, cuando se discuten ideas y conceptos, en primer y último lugar estamos tratando con seres humanos. Por eso hemos situado la película en un momento histórico en el que se vivían tiempos de paz, algo que no somos capaces de lograr actualmente. A lo largo del filme, asistimos al proceso de descomposición de esa tregua, que en realidad duró muy pocos años. Nuesto héroe, Balian, es un ser humano razonable que aborda la cuestión religiosa desde la tolerancia, el único lugar posible; pero otra serie de intereses, más allá de los puramente religiosos, intervienen para echar todo por tierra. Me refiero sobre todo a las ambiciones y a las ansias de poder, que generalmente es lo que desata los conflictos.
Dudas de fe
–¿Cree que los conflictos religiosos actuales tienen una conexión histórica directa con lo que ocurrió en aquellos años de las Cruzadas?
–Uno de los muchos historiadores que han estado implicados en el proceso de esta película me dijo que en aquellos tiempos era impensable poner la fe en duda. Es decir, alguien como Balian no pudo haberse expresado en voz alta tal y como lo hace en la película, poniendo en cuestión su fe. Pero creo que no solamente yo, sino la gran mayoría de la población, se hace la misma pregunta que proponemos en el guión: ¿por qué nos resulta tan difícil aceptar la fe en la que hemos sido educados? Es una pregunta que yo siempre me he hecho. Creo que estamos donde estamos porque hasta hace bien poco no se podía pensar en voz alta sobre religión, simplemente había que aceptarla. Y esto es algo que todavía ocurre en muchos lugares del mundo. Contestando a su pregunta, creo que la conexión histórica es obvia.
–¿Desde cuándo ha querido llevar a la pantalla la época de las Cruzadas y qué lo ha hecho posible?
–Es una idea que entronca directamente con mi adolescencia, cuando muchas películas de época, especialmente las de Kurosawa y las de Bergman, me despertaron la pasión por los relatos de caballeros. Eran sueños de infancia, como las películas de piratas o los westerns, pero hasta que no he conocido a Bill Monahan, el guionista de la película, no se presentó la oportunidad real. Le conocí en el rodaje de Black Hawk derribado cuando leí un guión que había escrito para dirigirlo él mismo titulado Trípoli, que de hecho está ahora rodando con Russell Crowe. Me gustó mucho y mientras hablábamos traté de averiguar si tenía más guiones en su cabeza, porque no siempre es así, y comprobé que poseía enormes conocimientos sobre la época de las Cruzadas, así que fue algo muy natural empezar a trabajar con él en la materia. Por otro lado, los dos tuvimos claro desde el principio que no íbamos a hacer una película de buenos y malos, que queríamos presentar a los dos bandos de un modo equilibrado.
De la noche a la mañana y de la mano de Ridley Scott, Bill Monahan se ha convertido en el nuevo vecino de Hollywood, alguien que en apenas un año se ha ganado la confianza y el respeto de los potentados de la industria. Sólo así se entiende que en apenas unos meses, este bostoniano de 45 años haya vendido su primer guión Trípoli por una suma de seis cifras a la 20th Century Fox, y convencido a su productor Mark Gordon de que sólo él, sin experiencia en el medio, puede dirigirlo. Además de El reino de los cielos, también es responsable del guión de la próxima película de Martin Scorsese, The Departed, y de la cuarta entrega de Parque Jurásico, a punto de rodaje.
–Aunque hace muchos años que quiere trasladar esta época a las pantallas, ¿es posible que ahora, después del clima mundial que se ha creado a partir del 11-S, la película adquiera un significado especial?
–Probablemente ahora es una película más importante, pero es así por pura coincidencia. En todo caso, no creo que las coincidencias sean precisamente negativas, tienen su sentido. Aunque efectivamente pueda intepretarse de ese modo, quiero dejar claro que no es una película diseñada para hablar de nuestro mundo después de los atentados del 11 de septiembre. Black Hawk derribado, por ejemplo, aunque también se presentó de forma accidental, creo que tenía más que ver con ello, en el sentido de que planteaba preguntas que era necesario hacerse, y que todo el mundo empezó a preguntarse después de los atentados, sobre la legitimidad o no de un país de intervenir militarmente en otro país... Terminé la película después de los atentados, y pensé que no iba a encontrar mercado para ella, ni siquiera hice tests de audiencia para comprobar las reacciones del público. ¿Cómo iba a hacerlas después del shock producido? Era una película sobre la intervención americana [en Somalia], no sobre su interferencia en el proceso, dos palabras muy diferentes que se han utilizado indistintamente.
Echando mano de hemeroteca, las preguntas que Ridley Scott se hacía entonces durante la promoción de Black Hawk derribado eran las siguientes: “¿Hay que permanecer indiferentes cuando unos dictadores siembran el hambre, la guerra civil y la muerte en sus países? ¿Se debe intervenir y salvar a la población de la hambruna o mirar hacia otro lado? ¿Quiere usted que se envíe en una misión de paz a su hijo a un país lejano que hasta ayer ignoraba que se encontrara incluso en el mapa?” (‘El Cultural’, 23-1-2002).
Cabe preguntar: más de tres años después, y en vista de los acontecimientos que han agitado y dividido el mundo, ¿ha encontrado alguna respuesta?
–De momento ya se han desenterrado 3.000 cadáveres de personas ejecutadas bajo el régimen de Saddam Hussein, así que... ¿hemos hecho bien en ir allí o no? Sigue siendo una cuestión difícil de responder, pero creo que desde luego hemos acabado con un régimen al que había que poner fin.
Las primeras reacciones
–¿Cuál ha sido la reacción general del público en los tests de audiencia que se han realizado de El reino de los cielos?
–Sólo hemos hecho estos tests en Estados Unidos, porque no se tiene costumbre de hacerlos en Europa. Se supone que lo que gusta allí, gustará también aquí, lo que generalmente es cierto, pero a veces es un error. Me sorprendió comprobar cuán pocos espectadores han asociado la película con lo que está pasando en el mundo... En cierto sentido, eso no me hace muy feliz, pero creo que con proponer el debate ya se ha hecho suficiente. Es interesante y muy importante. En Europa creo que habrá mayor facilidad para identificar la película con los acontecimientos actuales, y con que despierte algo de interés por la historia en los jóvenes cegados por la PlayStation, el rap y los deportes , ya se habrá hecho suficiente.
–¿Ha tenido que sacrificar mucho rigor histórico en favor del espectáculo?
–No mucho, pero es inevitable. Al fin y al cabo, el cine es también entretenimiento, y mi formación en la publicidad no me permite apartarme del lado puramente comercial de la industria. Pero debo decir que todos los personajes existieron y que los eventos importantes que se relatan, de hecho acontecieron. Donde nos hemos permitido más libertad es en el personaje de Balian, un herrero que sabemos que existió, pero cuyos datos biográficos son casi desconocidos. La dramatización es lo que diferencia el arte de la historia, y nosotros los cineastas tenemos que interpretar y especular, algo que los historiados no se pueden permitir. Ellos son reporteros de la Historia y no suelen comprender que lo que ellos pueden relatar en mil páginas, nosotros debemos condensarlo en dos horas, y además rellenar los huecos.
–¿Qué le ha hecho confiar en Orlando Bloom para llevar todo el peso de la película?
–La intuición. Lo mismo me pasó con Russell Crowe en Gladiator. No era un actor tan conocido, había hecho LA Confidential y lo convertí en un general romano, cuando nunca antes había hecho algo parecido. La misión del director a la hora de escoger a los actores consiste precisamente en ver algo que no se podrá comprobar hasta que la película esté terminada. Que Russell Crowe podía ofrecer una espectacular interpretación de Maximus, era algo en lo que ambos creíamos, y eso es lo mismo que me ha ocurrido con Orlando Bloom. Ya estaba en mi mente durante la gestación del guión. Posee una inocencia en la mirada que no llega a ser naif, y eso era lo ideal para el personaje. Por supuesto, un buen actor puede simular esa inocencia, pero Orlando la lleva en su ADN. En una película tan grande como esta tienes dos opciones, o contratar una superestrella o dárselo al actor perfecto. Yo he optado por lo segundo.
–¿A qué cree que se debe este renovado interés por la épica, algo que comenzó usted con Gladiator?
–Creo que en general estamos cansados de las pequeñas historias íntimas y de los psico-thrillers. Desde prácticamente los años veinte hubo un enorme período de westerns, que simplemente agotaron la fórmula, luego llegaron las películas de policías y serie negra, que creo que todavía no han terminado, porque muchos de los temas que plantean siguen sobreviviendo, el crimen en cada esquina y en cada minuto es algo que no se agota, siempre ha sido una fuente excelente para hablar del comportamiento humano. La épica va y viene, las películas de romanos acabaron de hacerse hace cuarenta años, probablemente con Espartaco, y ahora efectivamente parece que han vuelto para quedarse una larga temporada. Ya era hora.
Buen gusto digital
–¿En qué medida cree que han intervenido las nuevas técnicas digitales para revitalizar el género?
–Nunca podría haber hecho Gladiator sin esas “ayudas” digitales. Pero en realidad, prácticamente todo el material de la película era físico, y lo único que realmente se reconstruyó digitalmente fue el coliseo romano, que cinco años antes no podría haberse hecho. En El reino de los cielos sí hemos empleado tecnología digital en algunas escenas, pero los espectadores difícilmente podrán localizar dónde, porque las resultados son cada año más depurados, prácticamente invisibles, y se hace muy díficil diferenciar lo real de lo virtual. En todo caso, en el trabajo digital todavía está involucrado el buen gusto, la sensibilidad artística... sin ella, los ordenadores no servirían de nada. La batalla que ruedo es real, los hombres estaban ahí en primera línea, los ejércitos eran auténticos jinetes de la Casa Real marroquí, y las torres y los puentes que se incendian también son reales.
–¿Qué ofrecen las epopeyas que tanto le interesan?
–Mi educación de lo que significa hacer cine tiene más que ver con el trabajo en equipo. Inconscientemente, incluso en mis películas más pequeñas, siempre he buscado la épica. He disfrutado mucho viéndolas y disfruto aún más haciéndolas. Los duelistas podemos entenderla como una “miniépica”, y Alien, aun siendo contenida, se convirtió en una epopeya galáctica. Blade Runner era definitivamente una película de policía con tono épico. En realidad, creo hay que plantearse qué significa que una historia es épica, es algo difícil de definir... ¿A qué nos referimos? ¿A grandes escalas? ¿A historias más grandes que la propia vida? ¿A películas históricas?...
España y Marruecos han sido los escenarios escogidos para filmar El reino de los cielos. Acostumbrado a rodar en estas tierras, sobre todo spots publicitarios pero también películas (1492: La conquista del paraíso), Ridley Scott asegura que “sin la arquitectura proporcionada por ciudades como Sevilla, Huesca, Ávila o Segovia [el Cabildo de Córdoba no dio permiso para rodar en la mezquita], se tendría que haber reconstruido todo en cartón-piedra”. Algo que ha sido necesario para alzar la ciudad de Jerusalén en el desierto de Marruecos, uno de los escenarios de rodaje más grandes construidos en los últimos años: 28.000 metros cuadrados de muros, 6.000 toneladas de escayola, 80 escenógrafos, 350 carpinteros, 30.000 extras... son cifras que dan la envergadura de una superproducción de 130 millones de dólares de presupuesto.
Difícil equilibro
–Lo difícil es alcanzar el equilibrio entre el espectáculo y los dramas personales. ¿Cree que lo ha conseguido?
–Me he preocupado mucho por eso. Creo que la épica no anula de por sí los retratos precisos, los estudios de personajes ni por supuesto los primeros planos. Hay grandes épicas llenas de planos cortos. Pero sin duda uno de los grandes personajes es el paisaje, los grandes escenarios, y yo me muevo bien en ese terreno. Doy tanta importancia al ambiente que rodea la historia que en cada película quiero reinventar nuevos mundos que no se hayan visto antes.
–Ha tocado muchos géneros, ¿para cuándo hará un western?
–Amo el western. John Ford es el más grande con diferencia... Es sin duda mi película pendiente. La primera vez que traté de hacer un western fue cinco años antes de Los duelistas. Encontré un buen guión y fui a Israel donde había un set muy interesante, en el que de hecho se rodó la película Billy dos sombreros, con Gregory Peck... pero al final no salió. Es un sueño y una intención real dirigir un western. De hecho, estoy escribiéndolo ahora con Bill Monahan. Se titula Meridiano sangriento y está basado en una obra de Corman McCarthy.
–¿Cree que su mejor película todavía está por llegar?
–Eso espero.
Eso esperamos todos.
Carlos REVIRIEGO
lunes, 2 de mayo de 2005
Cine
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario