miércoles, 22 de marzo de 2006

Angeles y demonios
por Dan Brown
Tras el Código Da Vinci, Dan Brown invade el mercado editorial español con su último best seller

Quince millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, más de un millón en España, tienen la culpa: 2004 es el año del Código da Vinci y de Dan Brown. Mañana sale en España su último éxito, Ángeles y demonios (Umbriel), que fue su primera novela y que tras el éxito del Código fue recuperada en Estados Unidos y lleva 56 semanas en las listas de best sellers del New York Times, que la ha destacado con frases como “Si Tom Clancy y Umberto Eco se fusionaran, el resultado sería Dan Brown”. Nos guste o no, y a la crítica le gusta poco, Brown está haciendo historia. Por eso El Cultural anticipa hoy el comienzo de la intriga: un atroz crimen ritual confirma a Robert Langdon que la secta de los Illuminati (enemiga de la Iglesia Católica) ha vuelto y quiere venganza.


Desde los escalones superiores de una galería ascendente de la Gran Pirámide de Gizeh, una joven rió y le llamó.
–¡Date prisa, Robert! ¡Sabía que hubiera tenido que haberme casado con un hombre más joven!
Su sonrisa era mágica.
El hombre se esforzó por acelerar el paso, pero sentía las piernas como si fueran de piedra.
–Espera –suplicó–. Por favor...
A medida que subía, su visión se iba haciendo más borrosa. Sus oídos martilleaban. ¡He de alcanzarla! Pero cuando volvió a levantar la vista, la mujer había desaparecido. En su lugar había una anciana desdentada. El hombre bajó la mirada, y en sus labios se dibujó una mueca de soledad. Después lanzó un grito de angustia que resonó en el desierto.
Robert Langdon despertó de su pesadilla sobresaltado. El teléfono de la mesita de noche estaba sonando. Aturdido, lo descolgó.
–¿Diga?
–Estoy buscando a Robert Langdon –dijo una voz masculina.
Langdon se incorporó en la cama y trató de pensar con claridad.
–Soy... Robert Langdon.
Consultó el reloj digital. Eran las cinco y dieciocho minutos de la mañana.
–Debo verle cuanto antes.
–¿Quién es usted?
–Me llamo Maximilian Kohler. Soy físico de partículas discontinuas.
–¿Cómo? –Langdon era incapaz de concentrarse–. ¿Está seguro de que soy el Langdon que busca?
Es usted profesor de iconología religiosa en la Universidad de Harvard. Ha escrito tres libros sobre simbología y...
–¿Sabe qué hora es?
–Le ruego me disculpe. Tengo algo que ha de ver. No puedo hablar de ello por teléfono.
Un gemido escapó de los labios de Langdon. No era la primera vez que le ocurría. Uno de los peligros de escribir libros sobre simbología religiosa eran las llamadas de fanáticos religiosos, deseosos de que les confirmara la última señal de Dios. El mes pasado, una bailarina de striptease de Oklahoma había prometido a Langdon el mejor sexo de su vida si iba a verificar la autenticidad de una cruz que había aparecido como por arte de magia en las sábanas de su cama. El sudario de Tulsa, lo había llamado Langdon.
–¿Cómo ha conseguido mi número?
Langdon intentaba ser educado, pese a la hora.
–En Internet. La página web de su libro.
Langdon frunció el ceño. Sabía perfectamente que la página web no incluía el número telefónico de su casa. Era evidente que el hombre estaba mintiendo.
–He de verle –insistió el desconocido–. Le pagaré bien.
Langdon se estaba enfadando.
–Lo siento, pero le aseguro...
–Si parte ahora mismo, podría estar aquí a las...
–¡No voy a ir a ninguna parte! ¡Son las cinco de la mañana!
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